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David Escalona convierte el espacio CientoMásUna en su 'Unidad de Cuidados Intensivos'

  • Foto del escritor: Liceo Magazine
    Liceo Magazine
  • 1 sept 2019
  • 5 Min. de lectura

Hasta el 15 de Noviembre, el espacio CientoMásUna de Barcelona (Passeig del Born 27, 3-1) expone "Unidad de Cuidados Intensivos", del malagueño David Escalona. Os invitamos a leer un extracto del catálogo en el que el artista reflexiona sobre este trabajo ambientado en la frialdad de un hospital y su metáfora sobre la muerte como inspiración.

(Extracto de 'Envíos', David Escalona y Daniel Lesmes, 2018)

Todo comenzó con una serie de impresiones puramente corporales o afectivas. Paseé durante días alrededor del imponente edificio del antiguo hospital Bethanien. El suave crepitar de la nieve bajo mis pies y el graznido de los cuervos que revoloteaban alrededor llamaron mi atención. Un señor me miraba sin comprender mi entusiasmo por aquel paisaje nevado, algo tan común en el invierno berlinés. Sin duda, cuando algo se convierte en costumbre perdemos el interés por ello, como si se tornara invisible ante nuestros ojos. La nieve no es para mí algo habitual, y allí estaba yo, rodeado de nieve. Quizá lo más importante fue la sensación de frío que, como agujas, parecía clavárseme en la punta de los dedos, rígidos y azulados. Entonces recordé el cuerpo de Robert Walser, su cadáver hundido en la nieve a lo lejos y que no llegamos a reconocer. Me vino a la cabeza el rastro de huellas que dejó como un animal herido antes de caer desplomado en los alrededores de clínica psiquiátrica en la que estuvo ingresado los últimos años de su vida. ¿Cómo fue la caída?, ¿cúando dejó de respirar? Robert Walser era un escritor solitario que acostumbraba a dar largos paseos y sabía leer el mundo por medio de cosas que encontraba en su camino y que suelen pasar desapercibidas. Su cuerpo lo encontraron en la nieve. Pasear puede ser un arte, una forma quizá más dinámica de pensar, de estar en el mundo. El cuerpo rígido y helado de aquel poeta fue hallado en tierra de nadie, como aquellas flores de nieve que nacen imprevisiblemente en cualquier parte. De repente pensé en el número de personas que estuvieron ingresadas en el hospital Bethanien, en la cantidad de pacientes anónimos que murieron entre sus paredes… Como cadáveres abandonados a la intemperie de los cuervos, el viento, la nieve.

El tema de la muerte esta presente en mi trabajo. Rilke vaticinó la despersonalización del acto “morir”, más que de la muerte en sí. La muerte es esa otredad que, a pesar de ser irrepresentable, nos fuerza a pensar; es esa sombra inatrapable que nos niega, como escribía Deleuze a colación de Blanchot en Lógica del sentido.

Es cierto que la muerte se ha banalizado y convertido en mercancía o en espectáculo. Los rituales han cambiado. Morir en un hospital despojado de tus objetos personales, rodeado de gente desconocida de la que dependes es una experiencia extraña. El paciente suele reducirse a diagnóstico, a cuadro clínico, su cuerpo es indisociable de una red de observaciones, medidas, reacciones químicas o conexiones institucionales, tal como Jean-Luc Nancy experimentó durante el postoperatorio de su trasplante de corazón. Alterado por los efectos de la medicación, Nancy sentía que se estaba convirtiendo en un intruso de sí mismo, en un androide de ciencia ficción en el que los límites entre la técnica y su propio cuerpo parecían difuminarse debido a la cantidad de prótesis de las que dependía para sobrevivir.

Ya sabes que pasé una larga temporada en un hospital cuando era niño. Y aunque no estaba permitido, escondía bajo la cama una colección de insectos, animales, plantas, minerales y todo tipo de pequeños objetos insignificantes. Mediante el juego conseguí desenvolverme en un entorno tan crudo y doloroso como el de un hospital. Lo lúdico fue –y lo es aún– mi medicina. Cuando hablo de lo lúdico me refiero a esa capacidad de vibrar con las cosas, de ver nieve en un encaje; de estar tendido en el acero helado de la mesa de operaciones de un quirófano y sentir el frío de un glaciar a miles de kilómetros de distancia; de tararear canciones al ritmo del pausado goteo del suero fisiológico... Cuando estás enfermo la conciencia que tienes sobre tu cuerpo y el mundo que te rodea se amplifica. Así, aprecias detalles que antes pasaban desapercibidos, como el pliegue de una sábana, un insecto o las espinas de una rosa, por los que incluso llegas a sentir compasión... Cuando estas enfermo percibes lo que normalmente no oyes, ves o sientes, tus pensamientos te conducen a lugares extraños..., te sobrevienen extraordinarios estados de conciencia a veces provocados por la medicación, esas drogas legales que nos curan y también nos afectan y hasta nos matan. Herida por herida, así es la cura, el combate. Quizá esta forma ociosa de pensamiento sea la más valiosa y entrañe un modo de rebeldía o resistencia al ritmo frenético de nuestra sociedad, en la que si no eres productor y consumidor frenético te ves apartado y olvidado, como les suele ocurrir a los enfermos y a los ancianos.

Mis obras funcionan como metáforas visuales con las que intento sacudir certezas, poner en jaque la solidez de las cosas y abrir un frágil ámbito de confluencias, ecos, destellos, resonancias que apuntan a algo que el propio lenguaje es incapaz de describir. Y es en esa fragilidad, en esa sugerencia, donde reside el “poder metafórico”, en el “como sí”… Pero he de decir también que habitualmente se descuida y subestima la capacidad de metaforizar del enfermo, que en ocasiones se sitúa al borde mismo de la revelación. Los médicos creen que el lenguaje científico es el más eficaz; Susan Sontag coincide con ellos cuando afirma que un lenguaje objetivo y depurado de metáforas es la forma más sana de estar enfermo y de comprender la enfermedad. Pero, ¿podemos acaso dejar de construir metáforas? No creo que lo consigamos, aunque sí podemos sustituir unas por otras: existen perversas y oscuras metáforas de enfermedades que perduran a lo largo de la historia. Y es que, no es lo mismo decir que la causa de una enfermedad es un microorganismo que afirmar que se debe a un castigo divino. Hoy en día perduran aún demasiados tabúes y se sigue demonizando, por ejemplo, a los enfermos de sida, de cáncer o de hepatitis C, a quienes una conducta “inapropiada” previa les hace merecedores de sus sufrimientos. El problema, pues, no radica en la creación de metáforas, sino en el tipo de metáforas que construimos. Ignorarlas o suprimirlas podría dejarnos sin recursos. Y hay metáforas que, a ciertas dosis, pueden sanar a un paciente, ayudarle a pasar las noches más duras de su vida, por medio de la creación de algo constructivo y vital con y desde su cuerpo herido o desequilibrado tras contraefectuar el dolor y el miedo.

David Escalona es Doctor en Bellas Artes por la Universidad de Granada y realiza Máster de Investigación y Producción en dicha universidad. Los años cursados en la Licenciatura de Medicina de la UMA marcan su trayectoria artística, siendo el cuerpo, la enfermedad o la fragilidad de nuestra existencia, temas que vertebran su producción. “No trato de hacer una apología del desorden, del dolor o de la herida. Tampoco trato de abordar la discapacidad desde la Arteterapia. No pretendo incidir en el arte como proceso curativo, sino en el conflicto y en la contingencia como germen de la creación o apertura a nuevas posibilidades en el arte y en, prácticamente, todos los ámbitos de la vida”, escribe el artista en su página.

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