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El Amparo, de R. Calzadilla: la honestidad filmada

  • Foto del escritor: Liceo Magazine
    Liceo Magazine
  • 26 nov 2017
  • 2 Min. de lectura

Maturín, Estado Monagas, Venezuela. 1988. En una humilde casa del Oriente, un niño observa en Radio Caracas Televisión - prácticamente la única señal que llega a su TV- a dos presuntos criminales clamar su inocencia. Los dos hombres (Chomba y Pinilla) dicen ser simples pescadores que un día cualquiera salieron con sus compañeros a hacer su trabajo (14, aproximadamente), pero la versión oficial dice algo muy diferente: estos hombres eran guerrilleros colombianos quienes les atacaron cuando revisaban el lugar. El niño cree indudablemente en la inocencia de aquéllos hombres. Dos rostros que lo perseguirían de por vida.

Al crecer, Rober viajaría a Caracas a estudiar teatro y aquéllos personajes se convertirían en héroes de una de sus obras. Posteriormente, tras una segunda carrera en cine, los encontraría cara a cara rodando un reportaje para una ONG. Para entonces, ya estaban libres después de un breve exilio en México. Comenzaría una larga amistad entre ellos, por lo que el paso al cine de ficción era algo más que inminente.

"El Amparo", de R Calazdilla (al parecer el "Rober" nunca le gustó) surge pues de una conexión con la sociedad que desde niño ha acompañado al realizador, por ello, si hay algo que caracteriza a este film desde sus primeros planos es la honestidad. La honestidad de un guión que viene gestándose a lo largo de toda una vida (y que finalmente Calzadilla confía a Karin Valecillos para dar forma dramática mientras él se concentraría en los actores y la puesta en escena), la honestidad de un director que obviaba los planos "bellos" que pudiera ofrecerle la locación para centrarse en la verdad de los personajes, la honestidad de un casting por igual profesional como espontáneo (aplausos para Vicente Quintero, Giovanni García, Vicente Peña, Samantha Castillo, Rossana Hernández, Aura Rivas y todo el pueblo que los acompaña), la honestidad de un equipo de fotografía encabezado por Michell Rivas) que en lugar de sumarse al equipo sólo para la búsqueda de las locaciones y el rodaje, tomaba clases de actuación para sumergirse en el pueblo como un actor más. Esa honestidad es la que finalmente te hace como espectador ser protagonista de la película, un habitante más de "El Amparo", y compartir con ellos su ingenuidad, su humor, su valentía y enfrentarse con uñas y dientes a todo un sistema político, podrido y sin vergüenza. Una lección de la que todos debemos tomar nota.

"El Amparo" es una obra maestra, de esa que pasaremos años revisando en festivales, en clases de cine y en la historia del mismo.

 
 
 

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