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El mundo del arte necesita más de Alejandro Correa.

  • Foto del escritor: Liceo Magazine
    Liceo Magazine
  • 29 may 2021
  • 4 Min. de lectura

El artista canario es la gran apuesta de la galería Artizar para Hybrid Art Fair 2021... y una de las más agradables sorpresas de la cita artística.


(Verónica Farizo)



La pintura de Alejandro Correa (Santa Cruz de Tenerife, 1984) nos trae un conjunto de imágenes fruto de visiones interiores donde la línea del horizonte o las personas que las pueblan aparecen desdibujadas y en extravíos. Su obra se mueve entre los fríos grises y el color ceniza, entre pinceladas aguadas y manchas difuminadas, entre la representación y la evocación. El resultado es una serie de imágenes fragmentadas, de instantes sugeridos que asoman desde la narración interna del artista, pues ante cuestionamientos existenciales, el pintor prefiere devolvernos la palabra camuflada en cada uno de sus cuadros.



La representación del paisaje ha sido desde sus comienzos un importante protagonista en su pintura. Un paisaje que se nos antoja como una ensoñación, como una visión que surge de una contemplación que trasciende la mera mirada empírica de la realidad. Estas imágenes, por tanto, utilizan este género pictórico para trascenderlo, pues convierten el paisaje en una excusa para desarrollar una hermenéutica del individuo.


Sus primeros paisajes aparecen alrededor del año 2013 y son definidos por la presencia de una naturaleza cuyos elementos, todavía, pueden ser diferenciados antes de la progresiva abstracción a la que Correa irá sometiendo a su pintura. Los negros, los grises, los azules, los verdes y algún ocre modulan la visión de unas vistas abigarradas donde las formas tienden a sugerir un cierto movimiento. La imagen resultante se resiste a una visión nítida, y por medio de los difuminados nuestro ojo pareciera necesitar enfocar continuamente una imagen que se nos escapa. Hay una tensión palpable entre lo temporal y lo eterno, pues mientras intentamos apresar fallidamente el instante que nos propone, por otro lado, nos encontramos confrontados con una pintura ampliamente metafísica que nos impele a palpar el asombro que, podemos pensar, cualquier individuo ha experimentado cuando ha querido dar cuentas de su propia existencia. No es de extrañar, por ello, que también la figura humana haya aparecido rápidamente en su obra. En ocasiones esta se muestra sugerida por medio de una pequeña mancha que adquiere una fuerte fragilidad al ser confrontada con la naturaleza que la rodea. A modo de monjes contemporáneos, las imágenes de Correa recuperan esa tensión entre el microcosmo y el macrocosmo actualizando, desde el presente, la manera romántica de experimentar la contradicción y el misterio de un entorno en constante cambio.




Tras las visiones de ensueño de su primera etapa, sus nuevas obras —presentadas bajo el título Horizontes en la galería Artizar en 2016— emprendían una depuración formal que evidenciaba una evolución madurada en la interpretación de un paisaje que seguía manteniendo la misma impronta metafísica. Estas nuevas pinturas mostraban una serie de panorámicas donde la línea del horizonte constituía el único elemento capaz de ser identificado. Tomadas desde un punto de vista alejado, las manchas de color insinúan trozos de tierra, de agua de cielo fundidos en campos de color en donde la incertidumbre se hace patente a través de la presencia de la horizontalidad que abarca la composición. El paisaje, ahora, no es solo una visión estática, se entiende como un recorrido, como un viaje que se emprende por la necesidad a la que nos ha empujado el extravío contemporáneo.




La siguiente serie tras Horizontes, la que fue agrupada bajo el título DUM durante su exposición en la galería Artizar en 2019, parece transitar de manera afianzada por el cuestionamiento existencialista que Correa nos plantea. Estas nuevas obras abandonaron el formato pequeño y mediano para expandirse en amplios lienzos donde la pincelada aureolada de sus anteriores pinturas ocupa por completo cada una de estas piezas. De las sutiles evocaciones a los viajeros y los monjes del romanticismo pasamos, y en palabras de Ernesto Valcárcel, a contemplar sin excusas ni desviaciones «vertiginosas, hipnóticas y macro-cósmicas (¿,o serán micro-cósmicas?) atmósferas siderales». Nos encontramos con una depuración formal extrema; estas obras estelares parecieran fragmentos de las visiones de los protagonistas de los cuadros románticos. El cerco, en Correa, se ha ido estrechando hasta llegar a los mínimos elementos necesarios a partir de los cuales poder seguir planteándose los mismos interrogantes. Y en efecto, dichas preguntas no se agotan, son parte de nuestra cultura y de nuestra manera de entender el mundo, de ahí que el artista realice sin cesar un paisaje tras otro porque el propio sentido de su pintura, como el de los desarrollos filosóficos y culturales, se mantiene siempre en una continua espiral hermenéutica. Ya lo aventuraba Fernando Castro Borrego, pues al recibir nuestro artista el premio «Excellens» de la Real Academia Canaria de Bellas Artes en el año 2017, circunscribía la obra de este junto a la de aquellos pintores canarios que, al igual que Correa, eran profundamente metafísicos, como Manolo Millares, Cristino de Vera o Pedro González, entre otros.





La serie DUM se mueve entre las pinturas gestuales de campo expandido (all-over) de Jackson Pollock, el silencio y la mística de las imágenes de Mark Rothko o la metafísica de los materiales de Antoni Tapies. En esta serie, el pintor ha situado sus lienzos en la horizontalidad que impone el suelo. Junto a la técnica del dripping, en ocasiones, ha arrastrado distintos utensilios sobre la pintura para que, al mezclarse, esta obtuviera un acabado formal donde la iluminación central es, si acaso, el único elemento estructural que pudiera definirlas; como los cuadros de Millares, en donde el desgarro y la violencia ejercida sobre el lienzo contenían, al mismo tiempo ese clasicismo que tan bien definió Juan Manuel Bonet. Un lirismo tranquilo y luminoso, pero también , profundo y existencial, hacen de estas obras un buen punto de llegada a través del cual nos ha traído Correa desde sus iniciales paisajes allá por 2013. De todo ello, nos queda, además, plantearnos si el concepto de lo sublime tiene vigencia en nuestros días y si algo queda de ese impulso tematizado en las obras de Joseph Addison, Immanuel Kant o Edmund Burke.


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